Dietas de cine

(Ofrezco algunas de las revelaciones y cotilleos dietéticos acerca del Hollywood clásico que me brindó y desgranó en San Francisco James Althusser durante una confusa francachela donde quedó desgarrada parte de mi juventud, allá por el otoño de 1999. James Althusser es historiador de cine y periodista. Actualmente vive recluido en una clínica de desintoxicación en San Diego. Prepara un libro sobre la zoofilia en los años dorados de la Meca del cine. Me ha comunicado a través del correo electrónico que ningún editor se ha ofrecido a publicar tamaño ensayo).

EN 1959, tras concluir el rodaje de Sed de Mal, Charlton Heston aconsejó a Orson Welles que caminara todos los días más de una hora y que cenara solo fruta y verduras si deseaba menguar de volumen. Welles, que pesaba por entonces casi 150 kilos, puso una mano en el hombro del actor y respondió: “Hice eso hace cinco años durante un mes y lo único que conseguí fue tener más apetito y ponerme más inmenso. Además, Charlton, ya tengo asumido que moriré gordo. Soy Orson Welles y no es imaginable un Orson Welles flaco”.

En sus años de esplendor Liz Taylor pasaba varios días en ayunas después de la parranda de Nochevieja. A la Taylor le preocupaba sobremanera el tamaño de su papada, que solía ser más voluminosa después de las fiestas navideñas. Doris Day también sufría por la misma causa. En enero de 1964 Rock Hudson se encontró con Day en una tienda de Beverly Hills y le preguntó qué tal se encontraba, pues la veía alicaída y taciturna. La actriz contestó: “Muy hambrienta”. “Estás muy pálida. Si quieres, te invito a comer”, propuso Hudson. “No me hables de comer. Estoy a régimen. He comido demasiados dulces en Navidad”. Al final, Hudson logró convencer a Day y ambos se asestaron un rotundo banquete en un carísimo restaurante oriental de L. A. Cuando terminaron de almorzar, Day prorrumpió en llanto y acusó al galán de ser un malvado homosexual que deseaba ver feas a todas las mujeres guapas. Hudson tardó más de una hora en tranquilizarla.

Antes de ser princesa de Mónaco, Grace Kelly se acercó durante un díscolo guateque a Gary Cooper y le comentó en tono amable y burlón que era injusto que ella tuviera que pasar la velada sin poder comerse un canapé mientras él se ponía morado a foie y queso galo. Cooper era de los pocos actores que no necesitaba ponerse a régimen. Comiera cuanto comiese, siempre estaba delgado, perfecto, casi divino. “Mirarle a los ojos era como mirar a Dios”, contó Sarita Montiel hasta la saciedad. fondaHenry Fonda también se pudo permitir el lujo de comer lo que se le antojaba. Shelley Winters, un bombón rubio que terminó siendo una maravillosa y deliciosa bombona de carne, le preguntó a Fonda qué demonios hacía para mantenerse tan estilizado y esbelto a sus setenta años. Fonda sonrió y se encogió de hombros. “Lo siento, cariño, pero tengo la mala suerte de no engordar, a pesar de que no hago más que intentarlo”. Winters casi le abofetea. No hay duda de que Fonda nació con estrella. Cuando un reportero preguntó a John Ford qué coño era el cine, el genial director respondió: “Vea usted caminar a Henry Fonda: eso es el cine”. John Wayne, que también era un espectáculo cuando andaba, sí precisó de dietas para mantener a raya su tripita. Antes de empezar el rodaje de Río Bravo, John Ford le vio un poco mustio y se interesó por su estado. Wayne le confesó la verdad: se sentía fondón y tenía miedo de que el público notara su incipiente complejo físico. Ford contestó: “No seas idiota. Eres John Wayne, no Gary Cooper, y tú papel no es ser el guapo, sino el que impone respeto y miedo”. Desde aquel día Wayne no volvió a ponerse a régimen.

Orgullos nacionales

(Relato inspirado en un ya remoto viaje a Cataluña que me hizo sentirme inteligente y lúcido, aunque luego caí en la cuenta de que no tenía motivos para sentirme así, pues volvió a apoderarse de mí la dislexia y tuve problemas para dialogar fluidamente con un gasolinero de Sabadell (también disléxico) que no platicaba en castellano ni en catalán. Si alguien desea conocer la opinión del autor de este blog sobre una hipotética independencia de Cataluña, que lea esta crónica. Si, al concluir la lectura, sigue sin vislumbrar cuál es mi auténtica opinión sobre asunto tan trascendental y, por ende, tan tedioso y prosaico para las generaciones venideras, le rogaré que reflexione sobre estas palabras de Goethe: “El orgullo más barato es el orgullo nacional, que delata en quien lo siente la ausencia de cualidades individuales”. Goethe podría estar equivocado, pero esa posibilidad me importa un cuerno. Desde que sigo prudentemente los consejos del Zeus de Weimar (en algunas cuestiones) mi tránsito intestinal ha mejorado ostensiblemente).

HACE años tomé café con unos jóvenes catalanes en Agullana, hermoso pueblo gironés sobre el cual los pirineos orientales derramaban su aliento a nieve fundida y a pinar musculoso. Aquellos jóvenes eran independentistas en dos sentidos. Deseaban una Cataluña independiente, pero sobre todo aspiraban a abandonar la casa de sus padres para alcanzar una plena emancipación económica e intelectual. Eran chicos muy simpáticos, pero había uno que parecía recién salido del mejor circo de Europa. Se reía escandalosamente de sus propios recuerdos o de sus rastas juguetonas. O tal vez se reía de mí. No recuerdo su nombre, pero recuerdo que no dominaba el catalán. Eso sí, hablaba fluidamente vasco y castellano. Había nacido en Barcelona, pero su madre era de Mondragón y su padre era un granadino que freía pescaditos en la Costa Brava. Les comenté que estaba intentado recabar información para elaborar un reportaje sobre la cantera rural de Ezquerra. Me miraron con guasa y se ofrecieron a proporcionarme todos los datos que desease solicitar, aunque me aclararon que ellos no pertenecían a Ezquerra, sino a una banda de heavy que aún estaba en pañales. Nos hallábamos en el interior de una cafetería que desempeñaba maltrechamente las funciones de casa cultural o de ramplona casa cultural que mantenía visible su anatomía de cafetería. Había un perro merodeando por entre las mesas y un viejo le daba palmadas en el lomo.

España1

Hablamos mucho de gastronomía, de fútbol y de la vida nocturna en Cataluña. Al final no tuve más remedio que abordar la cuestión política. No me dijeron nada que no hubiera oído decir a otros jóvenes de su mismo origen y condición. En un momento dado, una chica del grupo, con unos magníficos tatuajes en los antebrazos, me preguntó qué pensaba yo, como español y madrileño, de sus sueños separatistas. Pedí una cerveza a la dueña de aquel recinto y luego dirigí los ojos al semicírculo de rostros que me estudiaban con socarronería payesa.

–Creo que Cataluña tiene que ser independiente –dije con seriedad.

–Estás de coña –exclamo uno.

–No jodas –dijo otro.

–Hablo en serio. No quiero parecer borde ni ofenderos, pero creo que es hora de que España deje de tocar las pelotas a Cataluña y de que Cataluña deje de tocar las pelotas a España.

–Tío, me has decepcionado –dijo el catalán vascoparlante en perfecto castellano.

–¿Por qué?

–Porque un madrileño que está favor de la independencia de Cataluña es un bromista, un mentiroso o un mal madrileño. No me fío de un español al que no le importa España. Oculta algo. Seguro que en el fondo eres un facha.

–Fui facha y ultra-sur en una época, pero aquello casi acaba conmigo. Me quitó tiempo para hacerme pajas y para comprender al sesudo Habermas. Ahora intento no andar cerca de las banderas; me producen arcadas.

Otro del grupo me comentó:

–Tu obligación es defender la unidad de España como la nuestra es hacer lo contrario. Eso es lo suyo y lo divertido.

–¿Defender la unidad de España? –pregunté con melancolía. –Bastante tengo con intentar saber quién soy. Si me preocupa la unidad de algo, es la unidad de mi mismo y de mis esfínteres.

Se quedaron mirándome con una mezcla de desprecio y de tristeza. Yo no era el simpático e inequívoco enemigo que ellos esperaban. Tras meditarlo unos segundos, decidí brindarles un par de mentiras piadosas. Les expliqué que me gustaba vacilar amistosamente a la gente y añadí que, por supuesto, me oponía de forma categórica al escenario de una Cataluña independiente. Aunque amoscados, recobraron paulatinamente la sonrisa y su buen humor. Llegó la cerveza. Brindamos.

Creo recordar que después hablamos de senderismo, de erotismo rural y de medusas. Eran simpáticos y, por un momento, deseé ser su padre. Cinco horas después, deambulaba por el barrio gótico de Barcelona y creo que, por unos instante, me sentí como en casa, aunque debo reconocer que había tenido una sensación similar durante mis francachelas por los lupanares de Tánger.

Diccionario secreto del poder (B)

B

Baba: Sustancia que todo líder carismático hace segregar a su rebaño de asesores, unas extrañas criaturas que se consideran fundamentales y providenciales para el devenir histórico por el mero hecho de tutear a sus jefes y de escribir para ellos discursos pueriles o divagaciones plagiadas de otras divagaciones no menos plagiadas.

Babucha: No es una baba con las funciones de una hucha, sino un zapato ligero y sin tacón que usan principalmente los moros. En algunas zonas del globo se utiliza para agredir a las integrantes del sexo femenino. Un mandatario aplicado y responsable puede usar en la intimidad este tipo de calzado, pero jamás se le ocurrirá mostrarlo en público. Las sociedades hipotéticamente menos primitivas ya no se amedrentan ante la contemplación de estos sutiles pijamas para los pies.

Bache: No es más que una temporada en la cárcel. Este periodo será más breve para quien haya tenido la prudencia y el sentido común de robar más que el resto y de haber enfangando en sus modélicas rapiñas a más gorrones institucionales.

Balompié: Milagro de la naturaleza. O aberración. Según se mire. Este deporte propicia el hermanamiento mental entre seres inferiores y superiores, puesto que puede engatusar a personas de todo pelaje y condición. No obstante, cualquier dirigente serio, por muy aficionado que sea a este museo de balonazos, siempre tendrá claro que el balompié es un canto de sirenas (o de tritones) que solo debe ablandar el corazón del populacho. Es obligación de un líder civilizado evitar que descienda el entusiasmo que inspira este espectáculo entre los ganapanes de un país. El mantenimiento de la cohesión social va ligado estrechamente a la perdurabilidad de la idolatría que generan a su alrededor los millonarios operarios de esta religión.

Barba: Pelo que se cría en la región baja de la cara y en las mejillas. Para los dueños del poder ya no es símbolo de sabiduría, sino de indolencia y de vagancia. Si algunos mandatarios y autoridades aún adornan su faz con esta sospechosa vegetación de filamentos, obedece a la excentricidad de querer mostrar el contraste entre un cabello teñido ostentosamente y una barba nívea y canosa.

Barco: Bar y burdel que flota sobre las aguas dulces o saladas y sobre el cual, además de beber gin tonics mientras se contempla la caída de la tarde, los ingenieros y planificadores de un territorio o de un área económica pueden diseñar políticas que fomenten la excitante y estimulante desigualdad entre clases y pueblos. (Esta entrada será debidamente ampliada cuando se aborde el rico concepto de yate.)

Bazofia: Un día sin emociones, es decir, un día en que el poderoso no logra hacer acopio de la suficiente ambición y vanidad para seguir poniendo el mundo patas arriba. El hastío de semejante jornada suele atenuarse con insultos y desprecios a los allegados.

Belleza: Un coche oficial rodeado de guardaespaldas agresivos o una multitud estúpida que jalea en un mitin a su simpático ídolo. Belleza también puede definirse cómo ese conjunto de instantes en que el mandatario, rodeado de su bovina prole durante una jornada festiva, se deleita imaginando cómo un rival suyo ingresa en prisión por corrupción o por estulticia.

Beso: El hermano cobarde y pacifista del mordisco. Carece de interés y de sugestión tan pronto como se abandona la juventud.

Biblia: Libro disparatado y contradictorio que, como cualquier libro sagrado, puede interpretarse de muchas maneras. De ahí su éxito y de ahí el porqué de su utilidad para los capos del planeta: ofrece sólidos y míticos argumentos para amargar la existencia a disidentes y a gandules.

Bostezo: Reacción física que provoca en el mandatario una explosión estándar de indignación ciudadana. Resulta de nula confianza un dirigente que no bosteza lo suficiente ante un estallido de rabia callejera.

Burka: En su acepción más popular consiste en una mazmorra portátil que los musulmanes más toscos y pervertidos obligan a llevar a sus mujeres. Existe, sin embargo, una acepción más intelectual y retorcida, a saber: bolsa de necedad y temor en que queda alojada la mente del currante en el marco de un sistema de producción justamente injusto y que trabaja a pleno rendimiento. Este burka de índole más mental y psicológica es garantía de progreso para el mandarín de turno y, cómo no, garantía de ejemplar embrutecimiento para la mayoría.

(Para leer las voces de la letra A de este diccionario, acudan al siguiente enlace: https://salivazos.wordpress.com/2014/09/08/diccionario-secreto-del-poder/

 

Diccionario secreto del Poder (A)

INTRODUCCIÓN

EN una inocente callejuela de Burdeos hay una taberna risueña en cuyo interior conocí hace unos años a un hombre alto, sucio y pesimista, de mirada abstracta y de brazos rotundos, medievales. Este hombre, ni español ni galo, me ofreció su punto de vista de la vida (su mentira) mientras bebíamos unos vinos magistrales y elocuentes. Ebrio y agresivo, aquel tipo me dijo en una mezcla de inglés e italiano que había sido asesor de varios gobiernos y profetizó el fin de la democracia representativa en Europa para comienzos de la próxima década de los veinte. Cuando me despedí de él, me entregó una libreta envejecida, de textura leprosa. En la habitación de mi hotel, mientras una cucaracha meditaba cerca de mis indolentes botas, descubrí que la libreta contenía un diccionario de una lucidez y exageración maléficas escrito en un inglés chapucero e infame. Su autor, un chusco imitador de Ambrose Bierce, lo había titulado pretenciosamente Diccionario secreto del Poder. Al cabo de tres días regresé a la taberna y el patrón me comunicó que el hombre de la libreta se había ahogado misteriosamente en las aguas del río Garona. Ignoro la razón que le impulsó a ese sujeto a elegirme como recipiendario de sus aberrantes pero sugestivas anotaciones. Si se trataba de un malogrado bromista o de un monstruo, es algo que no me corresponde decidir a mí.

Reproduzco las voces menos ofensivas de ese diccionario. La traducción del inglés al español se debe a un servidor. Pido disculpas por sus defectos visibles e invisibles.

 

A

Absurdo: Un ente imaginario o real que carece de sentido y que, por ende, resulta despreciable, y que, consecuentemente, pide a voces ser sometido y esclavizado. Por ejemplo, un absurdo es un ser humano que no desea controlar ni subyugar al resto de seres humanos. ¿Hay aberración mayor que ésta? Los absurdos encarnados en personas proliferan en el mundo, de ahí que esté justificada la existencia de gobiernos más que autoritarios y de sultanes religiosos cuya ambición debe enmascararse en sonrisas a lo Mickey Mouse, o en carantoñas de pastor luterano, o en otras cortesías a las que fácilmente sucumbe el corazón débil y asustado de la masa.

Abuso: El mayor placer para el poderoso. Los hay de muchos tipos. Un líder que se tome en serio su liderazgo debe poner en práctica todos los esbozos de abuso que desfilen por su imaginación: bélico, sexual, económico, cultural, entre otros. Ahora bien, resulta ridículo y deplorable el gobernante o autoridad que se lanza a cometer a destajo todo tipo de abusos sin comprar antes  la lealtad de una horda de desgraciados dispuestos a delatar, a matar y a dejarse la vida por el gran jefe o por la gran jefa.

Altruismo: Un disfraz enojoso pero necesario para el que rige los destinos de una nación, de una tribu o de un clan. El altruismo es una concesión del hombre superior al hombre inferior. Una pantomima de altruismo por parte de los dirigentes, sostengan las quimeras de la derecha o de la izquierda, debe escenificarse cada cierto tiempo para apaciguar los ímpetus de rebelión de los humanos menos bobos e idiotas. Aunque parezca mentira, todavía hay agentes ilustrados y curiosos dentro del populacho, público ruidoso y brutal pero que se antoja necesario para colmar los apetitos de vanidad de la autoridad correspondiente.

Alunizaje: Una innecesaria y sentimental machada cosmonáutica de los yanquis que no puede compararse al placer de conquistar el poder político y económico para jugar con los sentimientos y las emociones de las masas.

Ambición: Deseo universal que solo deben cultivar los seres muy astutos y los maestros del engaño y del ardid, esto es, quienes aspiren sinceramente a ser mandatarios de colectividades o mandatarios de mandatarios, y así sucesivamente. Cuando un necio inconsciente de su necedad cae en las redes de la ambición, los resultados son catastróficos para él y para sus allegados, si bien su caída en desgracia es motivo de regocijo y de chacota para los seres superiores, expertos en hallar las voluptuosas ambrosías del humor que comporta el tenaz ejercicio íntimo de la crueldad y de la psicopatía.

Amistad: Minúscula sociedad humana que solo es aconsejable forjar cuando ambas partes tienen bien claro que lo sustancial de dicha sociedad no es la producción de afecto ni de lealtad, sino la conquista de un objetivo político, social o laboral. Esta sociedad deberá disolverse cuando ambas partes consideren que les resulta más provechoso e higiénico traicionarse sin tapujos con el fin de materializar otras alianzas más provechosas.

Amor: Un antiquísimo y absurdo sentimiento que practicaron algunos hombres y mujeres del pasado para hacer frente a las penurias de un mundo oscuro y supersticioso. Algunos aborígenes de la sentimentalidad lo siguen practicando de modo terco e incondicional. El aspirante a conductor de pueblos y de conciencias solo deberá aprovechar las heces de ese dañino y anacrónico sentimiento para incrementar la musculatura de su narcicismo y para someter a su prole con el infalible grillete del chantaje emocional.

Análisis: Una ficción tediosa y confusa elaborada por grupos de especialistas de diversas disciplinas cuya misión consiste básicamente en embarullar la mente de los pueblos, ya trastornada de por sí por siglos de leyendas. Un buen análisis debe contagiar pusilanimidad y temor entre los elementos de la llamada ciudadanía.

Anarquía: Un alarde libertario de los seres inferiores que toman conciencia del fraude metafísico y físico al que han sido sometidos por los dioses de la biología. La historia demuestra que todo brote de anarquía puede ser controlado con un poco de paciencia y con un pequeño homenaje a la brutalidad policial, puesto que los anarquistas, aunque valientes, carecen de sentido organizativo y su inteligencia es inversamente proporcional a su vasta egolatría.        

Astucia: La sangre cerebral de los fuertes. Esta sangre puede volatilizarse si su portador no ejecuta a diario actos despóticos y sofisticadamente crueles con los que afirmar ante sí mismo y ante los demás los excedentes de su naturaleza fuerte.

Continuará…

Para llegar a La Habana

PABLO Neruda hubiera celebrado estos versos: Neruda nos enseñó / a ver dos mundos/ en la Tierra / a entrar en el átomo / con telescopio / para abrir la puerta/ de los elementos / y mostrar las veredas / de lo verde y del fuego. Y no solo los hubiera celebrado, sino que le hubiera gustado escribirlos. No tanto por la alusión a su apellido, sino porque reside en esas imágenes un afán por captar en la naturaleza la monumentalidad y grandeza de lo diminuto e insignificante, y viceversa. Estas venturosas líneas pertenecen a Lares Múltiples, poema que cierra Para Llegar a La Habana (Bartleby Editores), último libro del cubano Enrique Sacerio-Garí. Considero justo recomendar la lectura de este autor no tanto por ser un modélico legatario de algunos de los vates más insoslayables de Latinoamérica (José Lezama Lima, César Vallejo, José Martí, Jorge Luis Borges o el mentado Neruda) como por ser una voz eficaz y sólida que logra imponerse sin iracundia ni afectación; una voz que combina el cordial hastío de una madurez dialogante con el brío y la insolencia de un soñador que se niega a despertar a una pseudovida que le viene impuesta; una voz, en definitiva, que tiene algo de saxofón travieso, brusco, rebelde, trasnochador y elegiaco que ríe y llora alternativamente al interpretar los hitos de una vida nómada y los lugares comunes de un mundo tan deplorable como fascinante y único: Pasa un Mercedes / el banquero/ las joyas / los magnates / detrás / del presidente./ Son nombres / sin realidad.

Sacerio-Garí resucita en su poesía una infancia difunta en la isla de sus primeras audacias y denuncia una historia y presente amputados por la guerra, por la insolidaridad económica y por la superstición de las razas, entre otras perversidades. No obstante, esta denuncia se alza con una voz belicosamente esperanzada: Regresamos a los que nacerán / para hablar de los zapatos: / cuando ya no se cambien como países / ni se rompan como soldados. No me parece caprichoso ni gratuito definir esta propuesta lírica del siguiente modo: Épica escueta e irónicamente patizamba que se hermana a una sutil ingenuidad surrealista tributaria del Lorca de Poeta en Nueva York. Norberto Codina, prologuista del poemario, escribe: “Para llegar a La Habana es un libro comprometido de motivos y regresos […] Contrapunteo entre poesía, posibles influencias y sujeto, familia e historia, el poeta conduce al lector por un particular discurso de la nostalgia”. Los cincuenta poemas que componen este libro son piezas elogiables por dos razones: son cortantes y luminosas. Cortantes por su música vigorosa, confiada e intrépida; luminosas, por ser espejos movedizos y lúdicos de una renovada luz caribeña con vocación cosmopolita y universal. Esto no debe sugerir la idea de que Sacerio-Garí incurre en ese ramplón y unívoco periodismo versificado de sentimientos y de experiencias tan cultivado por muchos líricos de la actualidad, contaminados de una mostrenca racionalidad obsesiva que constriñe la polisemia y el numen del impulso poético. Para Llegar a La Habana es una suma de cantos diáfanos y frescos, pero cargados de matices, de misterios y de incógnitas que el propio autor no trata de acotar ni de domeñar con apologías totalizadoras o categóricas. Sacerio-Garí sabe que la verdad estética solo encuentra expresión consistente y perdurable si se desenvuelve en el claroscuro y, como Octavio Paz, es consciente de que en poesía “las palabras se mueven como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen ‘esto y lo otro’ y, al mismo tiempo, ‘aquello y lo de más allá’ […] El idioma está siempre en movimiento”. De ahí que el autor de Para llegar a La Habana no desdeñe este tipo de confesiones: Mis palabras / se quedan / en el rectángulo / deslindado / por el tacto / de un amor / que ya no / me toca.sacerio

Nacido en Sagua La Grande (Cuba), en 1945, Enrique Sacerio-Garí es también ingeniero, ensayista, traductor y catedrático de Estudios Hispanoamericanos en Bryn Mawr College en Pensilvania. Es un dotado e imprevisible conversador, atesora la capacidad de escuchar a los demás (poco corriente en el gremio) y espejea en su mirada el optimismo escéptico de la América mansa que busca la paz y la concordia de todos los pueblos del globo. Es autor de otros libros de poemas: Comunión y Poemas interreales. Su edición, junto a Emir Rodríguez Monegal, de Textos cautivos: Ensayos y reseñas en El Hogar, de Jorge Luis Borges, ha contribuido al nacimiento de bastantes vocaciones literarias (e inquisitivas). En un poema de Para llegar a La Habana titulado Pasos, Sacerio-Garí escribe: Los pasos /aunque no busquen / cuál fue el camino perdido / saben que con la muerte / ya se puede regresar. Un hombre que ha escrito estos versos no es precisamente un poeta paniaguado.  

Carlos Fuentes

Carlos Fuentes escribió varias novelas voluminosas y totalizadoras y una novela sobresaliente: La muerte de Artemio Cruz, obra inapelable que deja patente la devoción de este narrador hacia William Faulkner. El escritor mexicano fue también autor de numerosos artículos y ensayos y el entusiasta ejecutor de Terra Nostra, un coloso narrativo con valiosas incrustaciones poéticas y oníricas que brinda bastantes páginas fulgurantes y no pocos pasajes marmóreos y grandilocuentes que solo los escasos y solitarios eruditos del futuro podrán justificar y elogiar. Hijo de un ilustrado diplomático, Fuentes también ejerció el oficio de la diplomacia y desempeñó esa otra diplomacia no menos engorrosa y loable que consiste en ser un mexicano universal que no escatima piropos a los españoles ni paños calientes a ciertos episodios de su historia en América.

         Fuentes fue un viajero, un librepensador, un sibarita elegante, curioso y disciplinado. Una vez dijo: “La ciudad de mis sueños sería una ciudad con arquitectura italiana, con música alemana, con comida francesa y en la que se hablase español”. También dijo: “Me gusta madrugar para ponerme a escribir pronto. Y, por supuesto, me gusta dedicar mi vida a hacer otras cosas que no sean escribir o leer, como Goethe, que cuando se cansaba de llenar cuartillas se dedicaba a la botánica o a perseguir doncellas”. No parece probable que Fuentes se creyera tan imprescindible como el Júpiter de Weimar. Sí parece verídico que pugnó por convertirse en un Thomas Mann o en un Robert Musil de tierra caliente. Si no consiguió igualar en hondura antropológica e histórica a estos u otros autores de la Europa Central que tanto admiraba, al menos logró igualar a esos autores en número de páginas escritas y publicadas.  

Fuentes hablaba fluidamente varios idiomas pero, como gustaba de confesar en las entrevistas, solo hacía el amor en español. A veces parecía más orgulloso de su vigor sexual que de su empuje literario. Pero, ¿acaso se puede atesorar el segundo sin desarrollar el primero? El autor de Gringo viejo recibió el Premio Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras. Suponemos que no sería únicamente por emplear el castellano en sus lances eróticos. Cuando se le platicaba de la muerte de la novela, él sonreía con indulgencia, dando a entender con sus gestos y muecas burlonas que aquella sentencia solo podían apuntalarla quienes ya no eran capaces de escribir una novela o de algo que se le pareciera. Proclamó varias veces que él, panameño de nacimiento pero mexicano de corazón, cerebro y entrepierna, se sentía originario del territorio de La Mancha, la patria verbal y afectiva de los cervantinos. Una emotiva aunque tópica declaración que, sin embargo, siempre servirá para recordarnos que el idioma español es más indispensable e imprescindible (¿de verdad?) que la propia España, que el mismo México o que cualquier otro país hispanohablante.  

        Fuentes fue vanidoso. Fue humilde. Fue avasallador. Fue amable. Fue cosmopolita. Y, sobre todo, fue poderoso, un verdadero mandarín cultural. Tenía más amigos que enemigos. ¿Quién osa contradecir a un escritor con poder, con encanto, con tanto mundo y experiencia a sus espaldas? Se cuenta que tuvo sus fricciones con el no menos majestuoso Octavio Paz. Se cuenta que se reconcilió con Paz antes de que el poeta falleciera.

         Fuentes murió en México D.F. en mayo de 2012 de una afección cardíaca y ése es asunto que no precisa de adjetivos. Tenía 83 años y la convicción de que era un escritor primordial pese a no haber obtenido el premio Nobel. Era bromista y a veces parecía un niño feliz de vivir en un mundo tan extraño.  

Mutis

A diferencia de no pocos escritores de su latitud y de su generación, Álvaro Mutis no se limitaba a tocar la flauta del castellano para embelesar únicamente a los lectores hiperestésicos, ávidos de contemplar una lujosa marquetería léxica. Mutis tenía una ambivalente y frondosa visión del ser humano y fue capaz de hacerla inteligible y sugestiva. Prosista suntuoso y enamorado de las palabras, subordinó, sin embargo, su policromado estilo al servicio de una dúctil y proteica dramatización de las ideas y de los sentimientos más universales. Las novelas de la Suma de Maqroll el Gaviero constituyen un agraciado catálogo de los Odiseos del siglo XX y una amena síntesis de la mejor tradición literaria occidental. El crepuscular personaje de Maqroll es una suerte de capitán Ahab cruzado con Sancho Panza, con Hamlet y con el señor de Ballantrae de Robert L. Stevenson. A Mutis se le puede considerar un Baroja de tierra caliente, pero fue mucho más cosmopolita, riguroso y hondo que el visceral maestro vasco. También me parece legítimo subrayar sus afinidades (leves o intensas) con Jack London y con Céline. La heroicidad de sus errantes personajes irradia un pesimismo estoico que flirtea con un nihilismo típicamente centroeuropeo. Brioso narrador de aventuras exóticas y líquidas (a veces inverosímiles), Mutis da el salto a la excelencia por ser primordialmente un radiante contador de aventuras subterráneas y anímicas. Esa segunda condición le ha otorgado el crédito y la bendición de la crítica y la admiración y lealtad de ese minoritario público que siempre exige espesor y fuego psicológico en todo viaje al fin de la noche, de la aurora o del mediodía.

Se ha comentado que este autor colombiano, educado en Bruselas y amante de la música de Sibelius, no parecía completamente colombiano. De Turguénev también se decía que no parecía ruso. Lo mismo podría afirmarse de cualquier persona que ame diferentes patrias tras reparar en que no hay país del mundo que no ofrezca un rato de satisfacción a quien tiene paciencia para mirar. Huelga agregar que un nacionalista ofuscado jamás entenderá la ventaja de arraigarse afectivamente a múltiples territorios. Los variopintos empleos de Mutis en diversas empresas multinacionales le permitieron ser un nómada transigente y un modélico hombre de mundo tan pragmático como fantasioso. Frecuentó ambientes diversos, no solo literarios, de ahí que su literatura sea generosa y rotundamente humana y, por tanto, mucho más que una proeza verbal destinada a competir con las ocurrencias culturalistas de otros autores que solo se codean con gente de su oficio. Mutis escribió por placer y por necesidad espiritual. Fue la suya una vocación artística auténtica, no forzada por la vanidad ni por el afán de procurarse un séquito de amantes. Esa circunstancia podría explicar porque no fue ni redundante ni hueco ni anodino. Tuvo la gentileza de escribir lo justo y lo necesario. También fue un notable poeta. Algunos de sus versos igualan al mejor Neruda o al Octavio Paz más inmenso. También resulta irremediable encontrar en ellos ecos del mexicano Xavier Villaurrutia. No obstante, la tensión poética de Mutis no puede deslindarse de su prosa, recorrida por una tupida nervatura lírica y simbólica.

Murió a los noventa años en México D. F., camposanto de camposantos. Acontecimiento triste, pero no trágico ni terrible. El fallecimiento de un hombre longevo es la constatación de que un ser humano ha vencido a la muerte durante bastantes décadas. Si eso no es un triunfo, significa que nadie realmente gana. Mutis recibió importantes premios y galardones. Solo le faltó el Nobel, pero el Nobel no es un premio, sino una canonización laica cuyo propósito es acelerar el declive neuronal de los escritores. Mutis era elegante, hipermonárquico y especialista en vinos, algo que ayuda a atenuar la infelicidad y a encajar el éxito ajeno. Mutis es un autor cuya lectura no recomendarán jamás los escritores que no saben entretener y que, consecuentemente, detestan a quienes tienen fama de ser entretenidos sin incurrir en la simpleza o en la superficialidad.