SE dice que la última novela de Umberto Eco, Numero cero, es una sátira acerca del periodismo basura. También se dice que constituye un retrato de la Italia sucia y chanchullera de los últimos tiempos. Quienes se obstinan en formular y secundar estos juicios, ciertos y necesarios pero superficiales y poco comprometedores, parecen no comprender el hecho de que Eco no solo deshuesa jocosamente la manipulación informativa ejercida en su país, sino que también esboza una atinada y demoledora reflexión sobre la degradación del periodismo supuestamente serio en todas las naciones que presumen de custodiar la libertad de prensa. ¿A estas alturas vamos a seguir considerándonos menos embusteros y tergiversadores que los italianos? ¿Acaso no haber padecido a un Berlusconi convierte automáticamente a un país en modelo de ética política y periodística? ¿Es que no hay toneladas de periodismo prescindible, gratuito y confundidor en Alemania, en Francia o en otros países con una relativa reputación de veraces y transparentes?

Eco propina una severa bofetada a todo el periodismo planetario, varado en la autocomplacencia de profesionales que siguen viviendo mentalmente en el siglo pasado y que ya no informan, sino que venden como información sus especulaciones compulsivas y tendenciosas. Pero nadie parece darse por aludido. Y es lógico. La filosofía actual de las grandes empresas informativas puede resumirse del siguiente modo: los malos periodistas siempre serán los del otro bando y la responsabilidad principal del periodismo basura no ha de recaer en el servilismo, en la vagancia y en la pusilanimidad de ciertos informadores descollantes, sino en la existencia de internet. Echar la culpa a internet suele ser el recurso fácil y pueril de quienes, tras monopolizar durante años la conducción de la opinión pública, tienen pánico a quedarse sin público. Precisamente es internet, a pesar de todos los chismes y de todos los dislates que circulan por sus dominios, lo que está permitiendo a muchos seres humanos intercambiar ideas y testimonios que el periodismo tradicional desdeña porque ha dejado de ser periodismo para ser una rutinaria maquinaria de divagación y de cotilleo al servicio de diferentes intereses empresariales y políticos.

Umberto Eco
Umberto Eco

Uno de los logros dramáticos de Número cero es la melancólica y entrañable silueta psicológica que traza Eco de sus periodistas basura. Los villanos de esta novela no son unos delincuentes desalmados ni unos oportunistas ávidos de destruir las reputaciones de los enemigos del jefe, sino unos básicos y resistentes perdedores que buscan una nueva oportunidad para sentirse útiles como contadores de historias. Se les encarga poner en pie un gran embuste y ellos lo hacen porque necesitan un trabajo y porque, de no oficiar de fámulos de la mentira y del fraude, lo harían otros desdichados sedientos de actividad y de reconocimiento. Lo que Eco parece denunciar en última instancia es que la cola de seres desesperados dispuestos a todo por un trabajo aparentemente atractivo y trascendental no deja de crecer. Y quizá en eso estribe la diabólica invulnerabilidad del sistema: en que muchos individuos se hallan abocados a ser peones de la impostación y de la falsedad por pura supervivencia física y mental. Pero todavía hay algo menos alentador para quienes aun se toman en serio el mundo y al ser humano: la constante existencia de un público masivo que no desea conocer los hechos, sino zamparse versiones y elucubraciones de hechos que confirmen sus prejuicios y sus supersticiones. Ciertamente la verdad es trágica y pertenece a otros tiempos.