A diferencia de no pocos escritores de su latitud y de su generación, Álvaro Mutis no se limitaba a tocar la flauta del castellano para embelesar únicamente a los lectores hiperestésicos, ávidos de contemplar una lujosa marquetería léxica. Mutis tenía una ambivalente y frondosa visión del ser humano y fue capaz de hacerla inteligible y sugestiva. Prosista suntuoso y enamorado de las palabras, subordinó, sin embargo, su policromado estilo al servicio de una dúctil y proteica dramatización de las ideas y de los sentimientos más universales. Las novelas de la Suma de Maqroll el Gaviero constituyen un agraciado catálogo de los Odiseos del siglo XX y una amena síntesis de la mejor tradición literaria occidental. El crepuscular personaje de Maqroll es una suerte de capitán Ahab cruzado con Sancho Panza, con Hamlet y con el señor de Ballantrae de Robert L. Stevenson. A Mutis se le puede considerar un Baroja de tierra caliente, pero fue mucho más cosmopolita, riguroso y hondo que el visceral maestro vasco. También me parece legítimo subrayar sus afinidades (leves o intensas) con Jack London y con Céline. La heroicidad de sus errantes personajes irradia un pesimismo estoico que flirtea con un nihilismo típicamente centroeuropeo. Brioso narrador de aventuras exóticas y líquidas (a veces inverosímiles), Mutis da el salto a la excelencia por ser primordialmente un radiante contador de aventuras subterráneas y anímicas. Esa segunda condición le ha otorgado el crédito y la bendición de la crítica y la admiración y lealtad de ese minoritario público que siempre exige espesor y fuego psicológico en todo viaje al fin de la noche, de la aurora o del mediodía.
Se ha comentado que este autor colombiano, educado en Bruselas y amante de la música de Sibelius, no parecía completamente colombiano. De Turguénev también se decía que no parecía ruso. Lo mismo podría afirmarse de cualquier persona que ame diferentes patrias tras reparar en que no hay país del mundo que no ofrezca un rato de satisfacción a quien tiene paciencia para mirar. Huelga agregar que un nacionalista ofuscado jamás entenderá la ventaja de arraigarse afectivamente a múltiples territorios. Los variopintos empleos de Mutis en diversas empresas multinacionales le permitieron ser un nómada transigente y un modélico hombre de mundo tan pragmático como fantasioso. Frecuentó ambientes diversos, no solo literarios, de ahí que su literatura sea generosa y rotundamente humana y, por tanto, mucho más que una proeza verbal destinada a competir con las ocurrencias culturalistas de otros autores que solo se codean con gente de su oficio. Mutis escribió por placer y por necesidad espiritual. Fue la suya una vocación artística auténtica, no forzada por la vanidad ni por el afán de procurarse un séquito de amantes. Esa circunstancia podría explicar porque no fue ni redundante ni hueco ni anodino. Tuvo la gentileza de escribir lo justo y lo necesario. También fue un notable poeta. Algunos de sus versos igualan al mejor Neruda o al Octavio Paz más inmenso. También resulta irremediable encontrar en ellos ecos del mexicano Xavier Villaurrutia. No obstante, la tensión poética de Mutis no puede deslindarse de su prosa, recorrida por una tupida nervatura lírica y simbólica.
Murió a los noventa años en México D. F., camposanto de camposantos. Acontecimiento triste, pero no trágico ni terrible. El fallecimiento de un hombre longevo es la constatación de que un ser humano ha vencido a la muerte durante bastantes décadas. Si eso no es un triunfo, significa que nadie realmente gana. Mutis recibió importantes premios y galardones. Solo le faltó el Nobel, pero el Nobel no es un premio, sino una canonización laica cuyo propósito es acelerar el declive neuronal de los escritores. Mutis era elegante, hipermonárquico y especialista en vinos, algo que ayuda a atenuar la infelicidad y a encajar el éxito ajeno. Mutis es un autor cuya lectura no recomendarán jamás los escritores que no saben entretener y que, consecuentemente, detestan a quienes tienen fama de ser entretenidos sin incurrir en la simpleza o en la superficialidad.